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El último mensaje de Lucia

El Último Mensaje de Lucía

Advertencia: Este relato contiene escenas que pueden resultar perturbadoras para algunos lectores.

La lluvia golpeaba con insistencia los cristales cuando Andrés recibió el mensaje. Era la medianoche exacta, y su celular vibró con un sonido tan agudo que le atravesó el sueño de golpe. Se incorporó en la cama, medio aturdido, y acercó la pantalla brillante a sus ojos cansados.

El mensaje decía solo tres palabras:

“Ayúdame. —Lucía”

Andrés sintió un puñetazo en el pecho. Lucía había muerto hacía exactamente un año. Había sido encontrada sin vida en un viejo edificio abandonado en las afueras del pueblo. Un lugar que todos evitaban y del que nadie hablaba sin bajar la voz.

Temblándole los dedos, abrió la conversación. El mensaje estaba ahí, fresco, enviado hacía un minuto. Miró la foto de perfil: era la misma de siempre, una imagen que él conocía demasiado bien. Lucía sonriendo, con aquel brillo en los ojos que tanto había extrañado.

Se levantó de la cama, sintiendo que el aire de la habitación era demasiado pesado. Encendió la lámpara de noche, pero la luz parpadeó dos veces antes de estabilizarse. Todo parecía más silencioso de lo normal, como si incluso la lluvia hubiese dejado de existir.

La llamada perdida

Andrés intentó responder, pero la aplicación se congeló. Reinició el teléfono, y cuando volvió a entrar al chat, vio algo nuevo: una llamada perdida de Lucía.

Su corazón latía con fuerza, un tambor en la oscuridad. Sintió un impulso, casi una obligación. Tenía que volver al edificio donde Lucía había sido encontrada. Quizás no tenía sentido, quizás era una locura, pero esa palabra en su pantalla lo perseguía: “Ayúdame”.

El edificio abandonado

Llegó al lugar a las 12:47 a.m. El edificio, ennegrecido por los años y el abandono, parecía respirar una oscuridad propia. Cada ventana rota era como un ojo vacío que lo vigilaba. El viento arrastraba puertas sueltas que golpeaban una y otra vez, como si reclamaran atención.

Andrés alumbró con la linterna del celular. El interior estaba tal como lo recordaba: sucio, húmedo, con grafitis extraños que parecían más símbolos que dibujos. Al fondo del pasillo, donde las sombras eran más densas, algo se movió. No era un animal. No sonaba como uno.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero siguió caminando. Sus pasos resonaban demasiado fuerte, como si el edificio mismo estuviera escuchándolo.

Los susurros

Al llegar al segundo piso, la luz del celular comenzó a fallar. Entre parpadeos, escuchó un susurro detrás de él. Se giró rápido, pero no vio nada. El aire se volvió más frío, cortante. El susurro regresó, esta vez más cerca, casi rozándole el cuello:

“Andrés…”

Él tragó saliva. Reconocería esa voz en cualquier parte. Era Lucía.

Apoyó la mano en la pared para no perder el equilibrio. El concreto se sentía húmedo, pero no como si fuera agua. Era una humedad más espesa, más tibia… como si la pared respirara.

El celular vibró otra vez. Un nuevo mensaje.

“Sigue mi voz.”

La habitación sellada

El mensaje lo guió hasta una habitación al final de un pasillo estrecho. La puerta estaba medio sellada con tablas viejas, pero había un hueco suficiente para colarse. Dentro, el aire era casi irrespirable. Un olor metálico, como sangre oxidada, lo envolvió.

Iluminó el lugar. En el centro había una silla rota y, encima de ella, una libreta cubierta de polvo. Al acercarse, escuchó pasos detrás, pero cuando volteó, el pasillo estaba vacío.

Tomó la libreta. Tenía el nombre de Lucía escrito en la cubierta. Temblando, la abrió.

Eran notas… notas de los últimos días antes de que muriera. Páginas llenas de frases repetidas, escritas con desesperación:

“No estoy sola.”

“No me deja salir.”

“No es humano.”

Andrés sintió que el corazón se le hacía un nudo. En la última página, había un mensaje escrito claramente:

“Cuando leas esto, él ya sabrá que estás aquí.”

La aparición

El golpe llegó desde el techo. Un estruendo seco que sacudió el polvo. La linterna dio un salto y cayó al suelo. Andrés la recogió, pero al iluminar hacia arriba vio algo que nunca olvidaría:

Una figura oscura, delgada, con movimientos espasmódicos, pegada al techo como un insecto. Sus extremidades eran demasiado largas, demasiado torcidas para ser humanas. Y en el rostro, o donde debería ir un rostro, había algo parecido a una boca enorme que se movía sin sonido.

Andrés retrocedió de inmediato, pero la figura cayó al suelo con un golpe sordo. Se levantó de manera inhumana, sin usar las manos. El celular vibró en el bolsillo.

“No corras.”

Pero Andrés ya estaba corriendo.

La persecución

El pasillo parecía más largo que antes. Cada paso que daba resonaba como un disparo. Detrás de él, los pasos de la criatura eran rápidos, irregulares, como huesos golpeando el concreto.

Las luces parpadeaban. El aire se volvió denso, difícil de respirar. Un lamento profundo llenó el edificio, un sonido que parecía venir de todas partes.

Andrés llegó a las escaleras, pero cuando bajó al primer piso, la entrada ya no estaba. El edificio había cambiado. Como si el lugar mismo no quisiera dejarlo ir.

El espejo

Corrió hasta un salón amplio donde había un espejo enorme cubierto de polvo. Al pasar frente a él, algo en el reflejo llamó su atención.

Él estaba… diferente. Su rostro aparecía con sombras oscuras moviéndose detrás de sus ojos. Y detrás de él, la figura se acercaba lentamente.

Sintió la respiración caliente de la criatura en su nuca.

El espejo vibró, como si algo del otro lado golpeara con fuerza. Una mano pequeña, femenina, se marcó en el cristal.

“Ayúdame…”

Era la voz de Lucía. Pero no venía de detrás de él. Venía desde dentro del espejo.

La decisión

La criatura lo tomó por el hombro. Sus dedos eran largos, fríos, filosos como cuchillas. Andrés gritó, pero no tenía a dónde ir. El espejo seguía temblando. La mano de Lucía presionó más fuerte, como si suplicara.

Andrés tomó una decisión impulsiva. Se lanzó contra el espejo.

El cristal se rompió en mil pedazos, y una oscuridad espesa lo envolvió.

Lo que encontró del otro lado

Cuando abrió los ojos, estaba en una habitación blanca, completamente vacía. No había puertas, no había ventanas. Solo Lucía, sentada en el suelo, con la mirada perdida.

—Lucía… —susurró Andrés, acercándose.

Ella levantó la vista. Sus ojos eran profundos, inquietantes, llenos de algo que no reconocía.

—Tarde —dijo Lucía con una voz que no era la suya—. Él ya está aquí.

Andrés sintió un frío extremo, como si alguien soplara hielo dentro de su pecho. Dio un paso atrás.

La piel de Lucía comenzó a oscurecerse, como si fuera tinta derramándose. Sus movimientos se volvieron rígidos, deformes.

Y entonces lo entendió.

La criatura no perseguía a Lucía. Lucía era la criatura ahora.

El mensaje final

Andrés corrió, pero la habitación era infinita. No había salida. La risa distorsionada de Lucía llenaba el espacio.

El celular vibró en su bolsillo una última vez.

Con manos temblorosas, lo sacó.

Un mensaje nuevo.

“Gracias por venir.”

El celular se apagó. Y después, todo se apagó.

Fin.

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