una mirada que lo cambio todo

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CAPÍTULO 1: LA CHICA QUE NO DEBÍA MIRARLO 🖤
El día que Valeria lo vio por primera vez, entendió algo sin poder explicarlo:
algunas personas no llegan para quedarse… llegan para destruirte.
Era martes. Llovía. De esos días grises que parecen hechos de cansancio. Valeria salía tarde de la universidad, con los audífonos puestos y el corazón pesado por una vida que no terminaba de acomodarse. Su madre enferma. Deudas. Un padre ausente desde hacía años. Y una relación reciente que se estaba muriendo lentamente sin que nadie tuviera el valor de decirlo en voz alta.
Fue en la esquina del café donde trabajaba por las noches.
Él estaba apoyado en una motocicleta negra. Casco en la mano. Chaqueta de cuero mojada por la lluvia. No sonreía. No miraba el celular. No parecía estar esperando a nadie… pero algo en su postura decía lo contrario.
Valeria lo miró solo un segundo.
Y ese segundo fue suficiente.
Porque él levantó la mirada al mismo tiempo.
Sus ojos no eran amables.
No eran curiosos.
Eran tranquilos… demasiado tranquilos.
Como si hubiese visto cosas que a nadie más se le perdonan ver.
Valeria sintió un nudo en el estómago sin saber por qué. Bajó la mirada y caminó más rápido. Entró al café, se puso el delantal, respiró hondo. Intentó olvidar.
Pero una hora después, él entró.
El café se quedó en silencio sin que nadie lo notara conscientemente. Era ese tipo de presencia que no necesita ser presentada. No buscó asiento. Caminó directo a la barra. Sus botas mojadas dejaron marcas en el piso.
—Un café solo —dijo.
Su voz era baja. Grave. Sin emoción.
Valeria fue quien lo atendió.
Sus manos temblaron al tomar la taza, y eso la hizo enojarse consigo misma.
No iba a permitir que un desconocido la desequilibrara así.
Cuando le entregó el café, sus dedos se rozaron.
Fue un contacto mínimo. Ridículamente pequeño.
Pero por dentro… algo se rompió.
Él la miró fijamente.
—No deberías mirarme así —dijo.
—¿Así cómo? —respondió ella, a la defensiva.
—Como si no supieras que mirar puede ser peligroso.
Valeria tragó saliva. Forzó una risa.
—Es solo un café.
—No —dijo él—. Nada es “solo” algo.
Bebió un sorbo, dejó un billete más de lo necesario sobre la barra y se fue sin mirar atrás.
Esa noche, Valeria soñó con él.
Soñó con sangre en el agua.
Con una mano extendida que no sabía si debía tomar.
Con un beso que sabía a despedida.
Al día siguiente, su novio terminó con ella por mensaje.
Al mismo tiempo, su madre empeoró.
Y al anochecer… él volvió.
Esta vez no pidió café.
—Te estás hundiendo —le dijo sin rodeos.
—No sabes nada de mí —respondió Valeria.
Él la observó como si leyera una página abierta.
—Eso crees.
Ese fue el instante exacto en que Valeria cruzó una línea invisible.
Porque en lugar de alejarse…
le preguntó su nombre.
—Gabriel.
Ese nombre se le quedó tatuado en el pecho.
Valeria aún no sabía que ese hombre:
- No tenía un pasado limpio.
- No vivía de cosas legales.
- Y que todo el que se enamoraba de él terminaba perdiendo algo…
O a alguien.
Pero ya era tarde.
Porque ese tipo de amor no pide permiso
